sábado, 10 de diciembre de 2011

Music for Airports


Paraíso/pasillo lejano
de genuflexiones doradas
ante este equipaje
que en su seno carga<+o:p>
sueños de otras camas
males de otros pechos
con pies que se arrastran
por amaneceres ebrios
con esos rosáceos ojos bajos—
los cuerpos que se mueven
cargados de nostalgias
de significados
trazos runa-grafos
canes vagabundos—
ellos sí, de noches y recuerdos,
guardas de una accidentada atmósfera:
amar es hendir el cielo a golpes
con esto, un Ícaro hecho obús,
de alas de langospa fugitiva,
de trazos de aire
sobre aire.

domingo, 8 de mayo de 2011

Cementerio

Cada encuentro de dos seres en el mundo
es un desgarrarse.
-Italo Calvino


I

Y entonces habló el ave: El mar es gris.
Él no se mide en cuentas como el cielo.
El mar se mide en ojos, millones de pupilas
que arrastran las canciones de ánimas saladas
mirando desde el fondo de este sepulcro argentino.
La orilla sólo calla mientras cantan.
La orilla que es muda, aunque llora.
En eso se parece más al cielo.
Son unidos: el mar está solo.
El cielo es parte lodo y parte nada,
en sus venas se escuchan mil rumores,
y en sus venas se hunden los zapatos.


II

La tierra abre la puerta al llanto de las plazas.
El resto es cine mudo. Aquí tan sólo existe
esa tembleque pausa de golondrinas ebrias
que hieren de muerte al aire con su sombra.
Navajas renegridas en picada.
Tinta china helada sobre mármol.
El ojo de un poder supremo.
Santo daguerrotipo monocromo,
trazo de ventanal desangelado,
retrato resumido de los días,
danos la falsa luz de los derroches,
esa pintura ajada de un loco,
una belleza fría y escalofriante,
la bendición de un poder extraterreno,
de un arcángel bello e indiferente—

(y mi alma de mil excomuniones)

Amén.


III

Pendiendo cual nimbo sobre procesión
los versos innobles de danza insensata
encuentran su paso entre los rincones:
arena en refugio de pieles fugaces.

“Ésta es la llave de Roma, y toma.”

Cantan su juego de niño perdido,
de mariposa con antenas rotas,
de juguete olvidado en una escalera.

“Dábale arroz a la zorra el abad.”

“Piden pan, y no les dan.”

Agazapados están tras la puerta,
en los pasillos, a la luz de velas.

Quietos, que el ave puede abrir la boca.
Silencio ante el roce de humo y papel.

¿Qué saben ellos de la llave de Roma?
¿Qué saben ellos del camino que lleva
a la casa donde, solo, un pajarillo canta
el mismo verso de tintes alados
y en su centro se encuentra el estuche
de cristal donde, sola, así duerme la dama
su sueño de piedra, de seda y quebranto?
Ponte de rodillas frente a su figura:
de rodillas, así podrás ver el mar
(aunque no importa, sigue siendo gris)
y de pie y solemnes hacia la salida,
que terminada está la visita.
Con ella los versos de dulce antesala,
Los juegos innobles de luz distraída.

“La llave de Roma y toma,
sobre la mesa una silla,
sobre la silla una cama,
sobre la cama una dama.”

(...¿y si, con toda un alma festiva,
dijéramos, sin pena, nuestra copa alzada,
que la muerte puede besar a la novia?...)


IV

...y que no quería epitafio, dijo,
ni epitafio ni obituario ni nada de palabra, pues total, nadie, nunca, lee lo escrito:
los periódicos dan igual y se tiran,
las frases en las lápidas son muestras del olvido y se borran en la erosión de las horas;
además, ¿para qué andar resumiendo una vida en no sé cuántas letras, bajo una negra figura?
Luego son unas gárgolas horribles.
Qué mal gusto tiene esa gente.
Seguro ni les gustaba su vida.
Eso dijo, pues, que nadie lee lo escrito en piedra,
y me quemó el café, y yo tan sólo pienso en mi alba lengua, que olvido ante zarpazos de la pluma, y pienso en que tan sólo quisiera una palabra, sólo una,
una sola palabra para mí
por si me llega a tocar una gárgola;
(¿máscafé?nogracias)
Oblivion
y eso qué significa, pues yo y mi cara de bicho raro,
no tengo una puta idea, mas suena a lejanía, a ojos cerrados,
a no querer ver las sombras que se ciernen, pues se tapan con una noche propia, que es tuya, y ¿qué mejor manera de tener dichosa certidumbre que saber que eso que te rodea es sólo tuyo?...
Si tú eres la que sabes, me responden, y yo, con mi extensión de vida en la taza vacía, pienso en ese pseudo-infierno
--crematorio—
y en las últimas palabras que ella quiso ser:
que extendiera las cenizas en la mesa,
que con ellas formara las palabras,
aunque se borrasen en un suspiro, como todos esos epitafios vacíos.
Here lies One Whose Name was writ in Water
pienso, y yo, ¿qué haría, entre el suave espectáculo de cruces de madera que se pudren ante el sol?
Ante todo, buscar mi diccionario.


V

Entonces, pues, cualquiera sea tu nombre:
disculpa si no quiero mencionarlo.
Perdónanos por llorar tu reino de los cielos
(a golpes de pecho, será)
Por masacrar el nombre de tu hijo
(a golpe de tijera, será)
Por profanar palabras que debes de haber dicho
(a látigo de pluma, lo sé,
de rodillas ante el cielo y su aire technicolor,
enredando y removiendo la maraña de la médula
que danza y serpentea al son de mi cabello;
tanto que no sé, tanto que ignoro,
tanto que envidio, tanto que presiento,
como que la salida hacia el infierno
situada estaba entre un par de piernas:
de ahí asomé la cara y vi el mar—gris—
ya no pude volver sobre mis pasos;
erguida, apoyo firme mis pies fríos
a fuerza de no sentirlos más propios,
y mientras considero, a media voz,
mi probabilidad de no tocar el cielo
--las aves saben más que yo del mar—
los mandamientos que yo no he escrito,
el “no matar” que yo nunca he ofendido
--deberían de promoverlo en las alturas—
--las aves saben más que yo del cielo—
“honrarás a tu padre y a tu madre”,
que me miran, remota, en un rincón;
no soy lo que ellos querían que fuera,
no hablo con los que ellos querían que hablase,
no dudo en mentir en un segundo
--a golpes de silencio, quizá—
y dejo sus esperanzas calladas,
yo que aprendí a escribir en las paredes
para dejar un nombre escrito en agua).
Cierro la pausa y gatean los sonidos
(a golpes de susurro, será)
y su luz, implacable, me golpea
--las aves saben más que yo de Dios—
y enmudezco, impertérrita/Así sea.


VI

Nitlayokoya, niknotlamatiya—

Así se entristecía mi otra lengua,
la que ha muerto en mis libros pasados,
la que no he nombrado en mis amores,
de la que yo ya no soy poeta
(aunque esto ser algo sofista:
nadie dijo que fuera poeta,
¿o sí?)

Xochitika ye iuan kuikatika—

Sus sonidos dulces de obsidiana,
tendidos en propio sacrificio.
Yo aprendí a amar en otro idioma,
con sus jotas, filo de diamante,
con sus erres de ciudad moderna.
(Quizá moriré en otro idioma).
Yo no puedo hablarles a las flores,
no descifro lo que ellos sabían,
(aunque el ave dijo “el mar es gris”);
por eso yo no hablo con la muerte,
para ellos cercana, tan vecina,
tan llena de flores y destellos,
este arreglo un pobre simulacro
del color de una lejana historia.


Ok nelin nemoan,
Kenonamikan—


Mentiría si, lento, señalara,
algún punto oscuro imaginario,
y le diera nombre argumentando
que eso es un trabajo que yo hago
al trazar los signos de este día...
Yo no conozco el nombre de nada.

Maya nikintoka in intepilium,
Maya nikimonitkili toxochiu.


Mas yo no he de perseguir a nadie.
Un horizonte que no dibujo.

Anka sa ye in mokuik a ika
Niualchoka
In san niualiknotlamatiko
Nontiya—


La música ausente que se extraña.
Los cantos que son de despedida.
(Eso sí lo podría conocer yo.)
La mirada perdida en este techo,
trazo águilas sobre este silencio.

San niualakoya, niknotlamati.

(Qué forma tan fácil de decirlo.)

Ayokik ayok,
Kenmanian.


El silencio de los que se quedan.
No sé porque han inventado eso:
minutos cuando todo enmudece.

Titechyataikiu in tlatipak,
Ika nontiya.


No entiendo este derramar de sangre,
de alguien que hablaba el mismo idioma
de la muerte, de sus ojos negros,
que le daba flores prisioneras,
de un poeta de otro pasado.
Él sabía leer signos de huesos.
Conocía nombres de miles de astros.
Yo tengo a mi dios nublado y mudo,
el vacío azul desesperado,
pregunta de niña sin respuesta,
y nada que ofrecer en sacrificio.
La única pista que conservo
la he formulado en teoría,
he leído muchas idioteces,
(poetas y fascinación mórbida)
y entre tanto tánatoerotismo
sé que no me vestiré de negro,
sé que no le aullaré a la luna,
sé que no seré una belleza,
sé que no he de trazar fantasías.
En mí lo romántico ha muerto,
y esta frase me huele a pleonasmo.

(Esto no vale nada, lo confieso.)


VII

Aquí renuncio a mi destino, ¿saben?
Firmo y vendo mi alma en movimientos de espejo.
Le pido al tiempo y su cincel inverso
que alisen la piedra ante mis pasos.
La luna ante mis ojos ha de cambiar curso.
Renuncio y vacío cien portarretratos
pues ya no hubo nada para poderlos llenar.
(No hubo fotografías que dieran pistas falsas.)
Quemo las hojas de los libros que he leído.
Los versos que bebí hacen surcos en las paredes.
Si algo hube escrito, fue un parpadeo.
Desangro las copas gota a gota,
su sangre tiñendo los manteles.
(Nunca llegará a tocar mis labios).
Aliso las huellas de mi paso.
Las risas las guardo entre los dientes.
Lágrimas se absorben en esquinas.
Mi piel que nunca ha sido entregada.
Las heridas no son devoradas.
Las canciones jamás se gritaron.
Los permisos han quedado nulos.
El tacto fue imágenes del aire.
Los aromas, tinta de espejismos.
El cabello vuelve hacia la noche.
Historias se pierden, solitarias.
Los ojos no son hijos del fuego.
Los amores nunca fueron nada.
Los lazos de sangre son de agua.
La saliva se convierte en ámbar.
Los dientes la pared de una mina.
La boca es un túnel cerrado.
El cuerpo es el polvo primigenio.
Ya no camino, vuelo de espaldas,
--alrededor mío está la noche—
No se interrumpe mi travesía,
donde los sonidos se adivinan,
hasta que de espaldas caigo al mar
y sólo hasta ahí abro los ojos
y miro tras sueños argentinos—

la tierra.

Y el color del mar.

Y entonces habló el ave: El mar es gris.


VIII

-Una tumba no dice nada.
-Menos si tiene un nombre.
-No, pues ahí el nombre es lo de menos.
-Podrías haber sido tú.
-O tú.
-¿Y qué hay de los apellidos?
-Tampoco dicen nada. No conozco a la familia. Podrían estar festejando la muerte, igual. Quizá no querían a la persona.
-¿Y cuando dicen “amado tal...”?
-Son declaraciones tan hipócritas... a nadie le consta.
-Tan sólo a la persona que mandó a escribir eso.
-Ganas de lucirse. De quedar bien.
-¿Y con quién, si se puede saber?
-Yo no sé. Con quién pase por el cementerio.
-¿Gente importante pasa por ahí?
-Quizá. Yo no lo sé. Gente que quisiera ser escritor, me parece. Muchas veces, gente con un complejo de Poe que nadie se los puede quitar.
-¿Y crees que se detengan a ver la tumba?
-Igual.
-Igual les importa muy poco.
-Que es lo más seguro, porque a nadie le importa. Ya te dije: una tumba no dice nada.
-Y entre los secretos guardados, y los recovecos de la mente, la vida tampoco dice nada.
-Una vida nunca ha dicho nada.
-Sólo a quien la ha vivido de cerca.
-Tomemos las cenizas. Las intentamos reacomodar. O escribir en ellas la historia del difunto. ¿Se podría?
-¿Revivir o escribir la historia?
-Lo que sea. Ambas suenan igual de imposibles.
-Supón que escribes la historia, y la persona revive.
-Volvería a la vida incompleta. Escribirías lo que sabes de ella. Lo mejor el difunto se lo queda. Lo más seguro es que sacaras un cuerpo sin vida, sin nada dentro.
-Entonces no valdría de nada.
-A menos de que tengas complejo de Dr. Frankenstein.
-Te digo: en mí, lo romántico ha muerto.
-Y volvemos a lo mismo, pero en abstracto.
-No creo poder revivirlo, de cualquier manera.
-Pero qué conversación tan fúnebre.
-Da igual. Quizá otros dos hablaron de esto mismo, usando las mismas palabras, llegando a las mismas conclusiones. Han muerto y nadie los recuerda.
-Eso nunca lo sabremos.
-Ellos tampoco sabrían que alguien repetiría lo mismo.
-Porque así es el tiempo y su erosión.
-Y en eso quedamos.

(Silencio).

-Un ave me dijo: El mar es gris.


IX

Insisto en conocer al insomnio:
tiene carácter de vida tan profunda,
que no deja un hueco de respiro;
conoce mejor que nadie los sueños,
los secretos de la media vigilia.
Podría revelarme los misterios
del manto de la egoísta noche.
El insomnio es todo vista.
La voz de las estrellas es muy baja:
nadie escucha, no hay forma de saber.
El tacto engañoso, el aroma de la oscuridad imperceptible.
A media vista hay que asir esos secretos.
Habrá que llegar con los ojos abiertos.
Dante escribía, quizá habría mentido.
(¿Avanzaría con los ojos cerrados,
engañado por la certidumbre de un sueño?)
Y ahora pienso que Lázaro era mudo.
¿Volvió a dormir tras despertar de un sueño eterno?
Jesús, has de curarlo del insomnio,
pues ha abierto los ojos a la noche:
podrá saber lo que los demás soñamos.
Insomne como Ulises—no en el loto,
sino al enfrentar a las sirenas.
No escuchaba, no podía tocar,
Alrededor, aroma a sal, mar y olas.
Pero aún así pudo observar
en el horizonte de una extensión gris:
el espejismo de un sueño incoherente,
movimientos de un cine mudo.
Todo el deseo en imagen solitaria.
Alguien, si se puede, mándeme una postal.


X

Y así se reinventa el mundo.
Pequeñas esquinas de horas agrupadas.
Siempre hay polvo acumulándose,
extraños testigos intrusos entre páginas.
Hay preguntas y respuestas que no son convincentes.
Hay lugares que se quedan mejor en la distancia.
Hay paseos y hay sabores y hay cosas tangibles
y todo eso es la base de un etéreo monumento.
Hay nombres que se gastan como dulces de tanto repasarlos,
de buscar sus rescoldos en la cama de los dientes,
de forzarlos, retorcerlos, darles significados
que no fueron nunca los iniciales.
(Así he tratado a las palabras,
así he tratado a los minutos.)
Canciones que de alegres sólo llevan el recuerdo,
y aún así se cantan. El último intento de resucitar.
La lluvia son lágrimas sucias en superficies transparentes.
(Se parecen a uno frente al espejo, al mirar el vidrio manchado.)
Los pasos son rumores que molestan ese sueño
que uno rogaría que no fuera profundo.
El vino roba instantes a la lengua,
queriendo retrasar lo que se sabe implacable.
Brindemos, pues, por una eternidad.
La cama amenaza entre la colcha.
Perdona estas paredes, preñadas de suspiros,
un interminable estado de alerta.
Las alturas son pretexto para comprender.
Precipicios no se miden en metros.
La hoja blanca un nacimiento o un final.
El cielo es una palabra que se reza.
Los dedos tiemblan al palpar lo inexplicable.
Todas las funciones terrenales
son un llanto tierno multiplicado.
Los vacíos se vuelven más incontrolables:
aquí sillas, acá esquinas,
ahí lugares y momentos y preguntas
y puertas sin abrirse y cuartos tapiados
y huellas dactilares en el polvo como si de un crimen se tratara.
La comprensión del cuerpo es inmediata.
No debería de hundirse y desecharse.
Con brazos, piernas, sexo palpitante,
duele el extrañar esta envoltura.

Y el mar es gris.


XI

Conjugación de verbos en pasado.
Sosteniendo una fotografía ante los ojos.


Aquí estábamos en… ¿dónde? No recuerdo.
Había de ser un lugar caluroso, puesto que esa ropa no es de frío.
Si es donde creo, llegamos por la mañana…
Estábamos muy desvelados.
Antes no sé cómo no dormimos todo el día.
Nos hicieron una comida tan pronto descansamos.
Comimos, y bebimos, y preguntaban mucho de nuestras vidas.
No recuerdo qué les respondí.
Con alguien estabas enojada, ¿no?
De ahí salimos a caminar.
Ya me habían picado los insectos.
No recuerdo dónde nos detuvimos, o por qué.
Creo que alguien tenía sed.
Entonces aprovecharon para tomarnos la foto.
Alguien hubo de decir algo gracioso, puesto que tú no te reías fácil.
(Reías, con los dientes apretados, la risa te salía a fuerza, como herida al intentar franquear la puerta de tus labios.
A la gente no le agradaba eso.
Ahora, seguramente lo extrañan.)
Pero aquí te estás riendo.
Después, nos sentamos y vimos la puesta de sol.
(Cuántas puestas de sol no se verán igual en ese lugar.)
No había nada, mas que sol, tierra y nosotros.
Me hubiera gustado ver el mar.
(Escuché a alguien decir que era gris.
Yo no sé: nunca he ido, aunque tú fuiste.
Fuiste.)
No sé por qué no recuerdo dónde fue tomada la foto.
No sé por qué no recuerdo el nombre, si recuerdo todo lo demás.
(Y por qué los llamo recuerdos.
Porque, ahora que lo pienso, son tu presente.
El pasado es tu presente.
El instante es mi presente.
Por eso conjugo de forma distinta.)
Cuando el pasado sea mi presente, veré el instante igual de remoto…
La fotografía no significa nada.
Se podrá quedar aquí, y llegará un momento en que alguien más la vea.
Alguien que no sea ni tú ni yo.
Alguien que sea nadie porque no tiene nombre.
Así como cuando un extraño se te acerca en la calle—
(para ti es “se te acercaba”)
y te dice algo que no es nada pues no significa nada,
y te preguntan quién es y dices: Nadie.
Después de todo, para ti es Nadie.
Así Nadie hará historias sobre esta imagen,
historias que no significarían nada,
pero que ahora serán las nuestras.
¿Cómo decirle que se ha equivocado?
¿Que su intento de resucitarnos fue una falla?
Aunque simplemente podría desaparecernos.
Preguntan: ¿quién está en esa imagen?
Dice: Nadie.
Alguien estuvo.
Conjugación tiempo pasado.


Dejar la foto y guardarla. Al momento de preguntar qué se estaba haciendo, decir: Estuve mirando una foto. Esa afirmación también pasa a formar parte de la conjugación en pasado.


XII

Los ahogados se mecían entre las olas,
una nana húmeda, fría, gris y envolvente.
Así es la muerte hermosa de los ahogados,
un arrullo triste y ensordecedor,
de pronto no hay nada que rodee,
salvo una muestra del infinito.
Si acaso una sirena y su canción,
que ha de ser parecida a lo que oyen:
atractiva, romántica, ideal para soñarla eternamente.
Sirena y alucinación: lo mismo.
Sirena, cielo y Dios: lo mismo.
Entonces extienden las manos
y se dejan llevar a tierras nuevas.

El fin de la vida ardiente del soldado.
El corno de batalla siempre resonando,
la carrera enardecida por la tierra sangrante
donde cada gota ajena es nueva vida.
El horizonte no ha de diferenciarse mucho
del destino que ellos piensan que tendrán:
que se les antoja subterráneo,
nacido de los sueños colectivos,
parecido a lo que están experimentando.
El contraste viene con el arma fría:
las heridas arden por el sol.
Sin embargo, la cabeza en alto pide más:
el aire que se pueda ganar es zafiro.
La caída atrás es silenciosa:
el amanecer es limpio, nunca rojo.
Junto a ellos, antiguos amigos.
Entonces, felices, extienden las manos
y se unen a ellos en gran fiesta.

El sueño perdido de los magos.
Ellos que conocen la clemencia,
saben que usar para invocar sueños.
No mueren, sólo observan su futuro.
El cuerpo reposa, percibiendo
el mundo, que ahora es suyo,
que le entrega la energía del suelo,
lo vuelve monarca entre los reyes,
le da las flores de los jardines sacros,
le canta como si fuera un ave.
(No sé si sabrán que el mar es gris.)
En el aire, le traza respuestas.
En la noche, le traza prodigios.
Ellos ven los nuevos compañeros,
saben lo que todos ignoramos.
Entonces, así extienden las manos
y se dejan ir a vidas nuevas.

Cuando mueren las aves observan su destino
antes de precipitarse a este mundo
en donde nunca pertenecieron.

De rodillas pido destinos similares.
No quiero hundirme pidiendo clemencia,
llorando agua ácida que a quien amo quema.
Pido evitar crueles cadenas,
castigos de fuego, de magias horrendas
que han sido creadas por el hombre.
El súbito horror del desaparecer.
De no saber nada de uno mismo.
La flama impersonal de la violencia.
La privación de la ceremonia sagrada.
Que al llegar allá, me juzguen triste inocente,
que venerables cabezas se sacudan
y dicten, con pena y benevolencia:
No, no eras tú lo que quería.

Aquel silencio extraño.
La solitaria incertidumbre.
No puedo hacer más que pedir de rodillas,
que ella se acerque a mí lentamente,
que me extienda la mano, como hermana,
que me enseñe a bailar su manera,
que yo pueda decir que la esperaba.

Que me recuerde a las enfermeras de blanco
paséandose como almas en el piso.
Una de ellas que se sentó a mi lado,
y dijo cosas que yo no entendía,
pero sonaban a una antigua condena.
Era saber que ya no había esperanza.

Salir, y caminar por los pasillos.
Pasé por varios cuartos solitarios,
aunque había gente en su interior.
Vi a varios niños dormidos.
En la pared, había dibujos para ellos:
casas, gente, animalitos sonrientes.
Quise formar parte de ese paisaje.
Estar siempre sonriente en una misma posición.
Pero siempre feliz, sin hambre, sin sed,
sin lágrimas que nunca nos dejan de seguir.
Aunque, en el fondo, quién sabe si eso sea cierto.
Quién sabe si siempre estén así.
A lo mejor, en medio de la noche,
cuando nadie observa estas paredes,
lloran. Lloran por el niño que haya muerto.
Ellos han de haber visto ya a muchos:
pasan, se curan y se van.
Pasan, se mueren y se van.
Y ellos allí siempre, tan sonrientes.
Quizá les duele no poder llorar.

Esa noche soñé con un pequeño:
me decían que él era sagrado.
Pero condenó a todos a morir.
Y se reía, como quien sabe lo que dice.
Se reía, con mucha superioridad.
Terminé matándolo a él.

No sé hasta que punto soy blasfema.

O si, hasta un punto, soy inmortal.


XIII

Esto de morirse es asunto terrenal.
Es de moradores de tierra firme, puesto que sus construcciones
se elevan sobre pilas inmemoriales de huesos.
Es porque sus cuerpos dejan de pisar el suelo.
Es porque sus días se miden en horas.
Cuentan cada segundo de la existencia.
Les gusta marcar fines, límites.
Si ves un mapa, está lleno de trazos:
hay un gran amor por las líneas divisorias:
por lo que se puede nombrar propio,
por lo que sería un territorio.

La vida es territorio a defender.
Por eso es bello trazarla como mapa,
darle capitales, monumentos y conquistas.
Otorgársela a un rey que, aún no sabemos,
nos promete una recompensa.
Honrarla con ceremonias vacías,
tan efímeras como ella misma.
Discutir como si supiéramos todo.
Ofrecer nuestro reino como ejemplo.

En varios idiomas se explora el destino.
En ninguno se ha podido nombrar.
En ninguno existen las palabras.

Nos acompaña desde hace mucho tiempo.
Pero siempre es aquí en la tierra.
El mar no me dejará mentir.

En el mar nadie llora los muertos.
Quienes yacen bajo su sábana fría
son anónimos y casi angelicales.
No tienen lápida con un nombre
que igual algún día será borrado.
No tienen flores ni familiares.
No reciben a nadie que no les sea grato.
Pertenecen ya a otro lugar,
Que se mide de otra manera.
No hay pasos que vuelvan a visitarlos.
Si hubieran muerto con tierra bajo sus pies,
ya hubiera sido diferente.

Alguna vez dijeron que un cuerpo quemado
no entraba en ceniza al paraíso.
Los ahogados no se preocupan por eso:
se vuelven un tesoro perdido.

Ellos tienen su insomnio eterno.
Ojos abiertos que miden las olas.
Que adivinan todos los secretos,
mas los guardan, al estar hermanos
con los seres que poco a poco
se apropian de lo que era de la tierra.
El cuerpo que ha de ser devorado.
Muy pronto, todos ellos serán mar.

No hay nadie que reinvente su mundo.
El mar siempre ha de ser el mar,
no como la tierra se transforma.
Una tumba tiene huesos dentro.
El mar tiene tan sólo recuerdos.
O fotografías que no revelan nada.
Y es que del mar todo se ha escrito.

Entonces dijo el ave: El mar es gris.
Pero no se parece a la tierra.
En la tierra las cosas son distintas.
En la tierra el movimiento no se suave:
es frenético, como buscando algo
que desde hace años se ha perdido.
Le ha cambiado la fisonomía:
construcciones que yacen en ruinas;
tiranos que, sí, yacen en tumbas.
La tierra es lo que nunca está en paz.
El mar tiene su tranquilidad medida.
Es calmo y señor en su alma gris.
Le duele tocar esas orillas,
que le cuentan sus historias largas,
de carne tocada por la muerte.
Eso el mar nunca lo ha vivido.
Eso al mar nunca le concierne.

El mar toca, suave, la ribera.
Yo me siento, sola, a esperar.

lunes, 21 de febrero de 2011

Heart-Shaped Box

And this is my kind of love
It's the kind that moves on
It's the kind that leaves me alone.

-Mother Love Bone, "Chloe Dancer/Crown of Thorns"

On some foreign, borderline side of the bed
I just mapped out your silhouette.
It has become the warm side of the pillow.

Still, I wake up from my drowning man position
To misty-eyed, yet incessant peer pressure
Of ice-cold windowpanes with makeup of red stickers.

Every word sells itself very cheap these days.
Mass-production verses and the others in a pawnshop.
Anything goes--the heart, not represented.

You grow old, Love,
So you can't rememmber any longer
Passions with no Riot Act.

The warmth of empty glasses always teary-eyed,
And so is the helping hand of silent bedrooms,
The blinding glacier lights of nightly grocer stores,

The indifferent, but brotherly ragged hug of the sofa,
The mindless good night sleep of channel-surfing;
They're none about the heart-shaped box sincerity.

You grow old, Love.
Attraction is not born on your cracked smile,
The candy from your sleeve.

I built my world around my cold side of the bed.
The other one I just gave up to fantasy.
A heart-shaped box, the warm side of the pillow.