lunes, 13 de julio de 2009

La criatura

Un divertimento que espero que les guste.



Se acercó una vez más a la cueva. Sí, la criatura estaba ahí; la había visto muchas veces rondar en las cercanías y no se había atrevido a cazarla. Le daba mucho miedo; sin embargo, en este momento la habría cazado si no fuera porque sentía que no llevaba las armas necesarias para sostener una batalla. Sus especulaciones no paraban ahí: también le daba mucho miedo pensar que él podría alejarse de la cueva y que el monstruo podría salir silencioso detrás de él. Entonces se hallaría indefenso; la criatura lo tomaría por sorpresa y de seguro sería su fin.
Pero no podía quedarse ahí todo el día, viendo a ver si algo salía o se quedaba en la oscuridad de la cueva. Había que volver a la aldea; comer, proteger a su pareja indefensa. No podría pelear contra la bestia confiando solamente en sus habilidades luchísticas. Mañana, mañana lo intentaría.
Llegó a la mañana siguiente con una fórmula mágica. El gran mago de la tribu le había dicho que era absolutamente efectiva; que podría así vencer a la espantosa criatura. Habría que tomar el riesgo, mas esto lo hacía por salvar a su aldea…
Su heroísmo y valor parecieron apagarse cuando llegó a la cueva; la bestia rondaba por fuera, sin atreverse a avanzar, pero él podía verla en todo su horror. Se agachó, deseando no ser visto, y, algunos segundos después, por un impulso adrenalínico, brincó al encuentro del monstruo, rociándolo con la fórmula mágica. El resultado no se hizo esperar, pero no como él deseaba; la criatura saltó hacia él. Le entró el pánico, sobre todo al sentir las gruesas patas de la bestia en su cara. Agitó los brazos a diestra y siniestra intentando liberarse; finalmente, el monstruo lo dejó en paz y se fue, mas no hubo tiempo de un respiro de alivio, pues aquella amenaza se dirigía en tremenda carrera hacia su hogar.
Empezó a correr tras ella, tropezando; varias veces estuvo a punto de darse un buen golpe. A pesar de que no perdía de vista a la bestia, le sorprendió lo rápido que corría. Él, detrás, le arrojaba todo lo que tenía a su paso, hasta la botella con la pócima, mas no pudo acertar.
La criatura se estaba acercando a la aldea. La situación se podría poner muy peligrosa. Se puso a pensar en qué hacer para que las cosas no se pusieran feas; por poco suelta un grito al ver que su mujer, su amada, caminaba a su encuentro. No parecía haberse percatado de lo que sucedía. El monstruo, entonces, dio un giro y siguió corriendo, pero ahora se dirigía hacia la mujer. El terror lo alteró de tal manera que se torció el tobillo al tratar de correr aún más rápido. Se quedó tirado en el piso, aferrándose la torcedura con ambas manos, incapaz de ponerse en pie. Su esposa estaba indefensa ahora. Era demasiado tarde. Cerró los ojos, incapaz de enfrentar lo que seguramente sucedería. El grito taladrante de su mujer le heló la sangre…
Un crujido le hizo abrir los ojos. A unos metros de distancia, en la enorme sala, su mujer se encontraba de pie… asustada, sí, pero aún de pie… y la cucaracha grandísima, aquel monstruoso insecto, estaba destripada bajo uno de los tacones de aguja de su esposa.
Intentó ponerse en pie, pero no pudo. El tobillo aún le punzaba por la torcedura, así que se quedó en el suelo, aferrándose el pie con ambas manos. Sí, la verdad sí, pensó mientras su mujer se acercaba y el veía los tacones a nivel del suelo. Son armas blancas… ¿por qué no lo pensé antes?
-¿Quieres que te ayude a levantarte?- preguntó su esposa, que lo miraba con una media sonrisa entre sarcástica y divertida.
-Estoy bien, estoy bien…- repitió él una y otra vez. La verdad, no se encontraba nada bien, pero intentó disimular sus dolores y ayudar a su esposa a recoger los floreros volcados, las figuritas de porcelana arrojadas contra la pared… y, por qué no, la botella de insecticida a la mitad del pasillo. Ella, después de enderezar algunas cosas, dejó caer sobre la mesa, con estrépito, unos rollos largos de papel y unos libros gruesos que llevaba en las manos. Él, que apenas se había podido inclinar por la botella de insecticida, se acercó, cojeando, a la mesa.
-Eso es tuyo- le dijo su mujer-. Es la tesis que me pediste acerca de la vida y la protección de la familia en la época de las cavernas.
-Sí... en verdad, te lo agradezco. Gracias por salir a la biblioteca.
Ella lo seguía observando; sabía que él no estaba bien del todo.
-Pero, en serio- le insistió- ¿estás bien?
-Sí, te lo juro que sí- respondió él, y se fue a sentar ante sus rollos, escondiendo su cara, fingiendo concentración, cuando en verdad quería esconderse de su esposa, de su sonrisa que ahora hasta parecía comunicar cierta piedad. Le dolía el tobillo, pero le dolía más saber que nunca podría ser el héroe de su mujer.